A este acto de vulgarizar el aquí y ahora con el pasado y las
clasificaciones, le hemos denominado “juicio”. Todo lo
acumulado en el pasado muerto ha dejado rastro en nuestra
memoria y ahora nos controla y nos dice el qué y el cómo
“debe tratarse este capítulo de tu vida”.
Mediante ese mismo pasado obsoleto, buscamos una
respuesta a nuestro miedo. ¿Cuál será el camino?, si todos
los caminos han fallado. ¿No crees que si hubiera habido éxito
en alguno de estos caminos ya todos estaríamos de la mano
como hermanos? Por el contrario, cada vez nos vemos más
divididos entre tantas percepciones de la vida, tan diversas
como el ego de cada ser humano.
¿Habrá, en realidad, un camino? Un camino diseñado por
alguien a partir de su propia experiencia. Un camino al que
podamos adaptarnos. “adaptarnos”, claro, porque eso es lo
único que podemos hacer ante un método, una técnica, una
filosofía, una religión, un ideal...
Es así como hemos intentado alcanzar lo eterno. Entrar en
con- tacto con aquello inconmensurable o simplemente ser
felices.
¿Cuántos no quieren ser felices? ¿Cuántos no querrían vivir en
paz? Estas metas son objetivos preestablecidos antes del mismo
nacimiento.
Para ello siempre hemos buscado ese “cómo”. Ese
“cómo” que nos diga perfectamente cuáles son los pasos a seguir.
Aquel método, técnica, filosofía, creencia que se adecúe lo mejor
posible a mí para “saber qué hacer con mi vida”.
¿En qué momento
nos dejamos vivir? Siempre buscando respuestas cuando ni siquiera
hemos investigado la pregunta.
Es así como vivir se ha vuelto tan complicado.
Pero, cómo no va
a ser complicado si nuestra mente se ha vuelto tan compleja.
¿Cómo nuestra vida no estaría dividida, si nosotros estamos divididos? Somos una constante contradicción, queremos una cosa y
hacemos otra.
Luchamos contra nosotros mismos todo el tiempo,
tratando de ser personas buenas e impecables, sin errores, para ser
reconocidos como “respetables”. Tratando de ser más espirituales,
para que el creador nos salve de esta pesadilla que hemos creado
nosotros mismos.
¿Acaso habría deseos si viviéramos en plenitud?
Plenitud, es decir, “totalidad”, sin divisiones, exclusiones, rechazo,
aceptación. Totalidad como el amor: como el creador.
Buscamos esa totalidad de la que tanto nos han hablado los
maestros y las religiones. Y hablamos del “ser” y la divinidad, sin
darnos cuenta del presente porque eso significa enfrentarnos con
nosotros mismos.
Aparentemente lo hacemos, aunque en realidad, nos engañamos
porque hemos limitado todo, todo tiene su fin, su “como hacer- lo”.
Todo está predeterminado. Es así como hemos dividido las acciones
en nuestra vida. Es así, como hemos hecho que no exista esa
acción completa. Esa acción de amor, sin límites.
0 Responder a "ANANDA EL JUEGO DE LA VIDA"
Publicar un comentario